Seguro que durante las vacaciones de Navidad hemos sido mucho más flexibles con los horarios de nuestros hijos, hemos disfrutado de muchas reuniones familiares y comidas que han hecho que la rutina se vea afectada y ahora volver a recuperarla puede ser una ardua tarea, sobre todo cuando llega la hora de dormir.
Hay padres que cada día, sin excepción, cuando llega la hora de dormir, tienen que enfrentarse a una batalla campal, ya sea porque los niños quieren ser independientes y dormir cuando ellos decidan, porque luchan contra el sueño o incluso porque realmente no están cansados a causa de una mala gestión de las horas de sueño (la hora de despertarse y la siesta).
Si el problema de nuestro pequeño es este último, que no madruga lo suficiente por las mañanas o que la hora de la siesta se alarga en exceso, deberemos adelantar de forma gradual la hora de despertarse, por ejemplo con incrementos de 10 minutos.
Puesto que es muy importante que los niños estén descansados para que el momento de ir al colegio no sea algo agotador y puedan realizar sus actividades y disfrutar del día sin estar cansados, algo muy recomendable es crear una especie de “ritual” o rutina adaptada a cada niño.
Sin ser excesivamente estricto, un ritual cumple mejor su función si sigue un guión preciso, con momentos que se suceden siempre en el mismo orden: por ejemplo, primero, el cuento; luego, el vaso de agua y, al final, los mimos. El niño se siente más tranquilo si puede anticipar el desarrollo de los acontecimientos. Esto le ayuda a superar las pequeñas angustias que pueden surgir en este delicado momento de dormirse y «separarse» de papá y mamá.
Una vez que se ha organizado bien el ritual, más vale atenerse siempre al mismo guión y evitar ir añadiendo episodios. Ante los intentos del niño de alargarlo todo lo posible para retrasar el momento de la separación, hay que mantenerse firmes… por el bien de todos: por el bien del niño, que no se va a sentir más seguro por mucho que se salga con la suya y sus padres no le impongan unos límites; y por el bien de los padres, que necesitan un tiempo para ellos, entre adultos, mientras el niño duerme tranquilamente.
Luz tenue, un tono suave de voz, unos mimos dulces: hay que crear un ambiente de total distensión durante este periodo de transición entre la agitación de la tarde (los juegos, el baño, la cena…) y el sueño. Por lo tanto, prohibida la música alta o animada, los juegos demasiado estimulantes y las cosquillas, que podrían espabilar al niño en lugar de ayudarle a conciliar el sueño. Y, por último, aunque el niño pida otro cuento, insista y se levante una y otra vez, es imprescindible mantener la calma y, por supuesto, no levantar la voz para no romper esta atmósfera de relajación.
La hora de dormir es el momento ideal para contar un cuento, leerlo e, incluso, inventárselo. Al embarcar al niño en este viaje por el mundo de la fantasía, se le da la oportunidad de vivir muy distintas emociones y de identificarse con uno u otro personaje. En definitiva, es una buena manera de distanciarse de las cosas que hayan podido causarle malestar a lo largo del día y de relativizar alguna experiencia desagradable que haya podido vivir. Así, podrá dormirse tranquilo, liberado de tensiones. Hay que permitirle elegir el cuento: si pide uno concreto, es porque le «sienta» bien.
A la hora de dormir, nada como unos mimos. Por supuesto, los intercambios de ternura tienen un lugar privilegiado en el ritual. Pero meterse en la camita con el niño no es necesariamente una buena idea: su cama es su territorio, exactamente igual que la cama de matrimonio es el territorio de los padres… A cada uno, lo suyo. Se puede, por ejemplo, poner una silla junto a su cama, o tumbarse con él en la alfombra. No hay que olvidar que las posibilidades de cercanía son muchas…
Fuente: Conmishijos
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